19 diciembre 2006

CLAUDIA

La única luz, durante demasiados meses, había sido la del fuego crepitando en la chimenea. Los únicos sonidos, los susurros del viento y los sollozos callados. Ningún color adornado las paredes, ninguna fragancia entibiado el frío incienso. Ninguna risa se había escuchado desde el día en que llegó el mensajero con la funesta noticia: el señor había muerto.

Pero tras los pesados cortinajes de la muerte, la primavera pugnaba por volver al mundo. Y ella le iba a abrir, en ese preciso instante, de par en par las puertas.